martes, 23 de septiembre de 2014

Capítulo 13.


Nunca me habría imaginado que un minuto podía hacerse tan largo como el que transcurrió desde que Dilan nos vio a Lucas y a mí en su cama hasta que se apartó de la puerta y echó a correr escaleras abajo. Tardé un par de segundos en reaccionar y procesar lo que estaba pasando y acto seguido me vi corriendo escaleras abajo todo lo rápido que mi pie vendado me permitió.
-¡Dilan! –lo llamé, una vez que salí por la puerta de entrada.
Dilan era un chico muy atlético y a pesar de que yo también lo era, si él echaba a correr no lo alcanzaría en la vida; por eso aproveché los segundos de marguen que me dio al pararse junto al coche para abrir la puerta.
Lo agarré del brazo para que se volviera y poder verle la cara, pero se deshizo de mí con un movimiento seco. Yo no había hecho nada malo, pero estaba claro que él no pensaba lo mismo.
-¿Qué pasa? –pregunté con la voz entrecortada por la carrera.
-¡¿Que qué pasa?! –se rio sarcástico mientras introducía la llave en la ranura de la puerta. Le temblaban las manos y los músculos de sus brazos estaban en tensión. Estaba enfadado.- Me entero de que mi novia ha sufrido un accidente mientras entrenaba y me paso la tarde llamándola y enviándole mensajes de texto para que ella pase de mí y para colmo, cuando voy a su casa a buscarla me la encuentro en la cama con otro tío y ¿me preguntas que pasa?
-¿Qué? –parpadeé incrédula un par de veces, intentando volver a la realidad.
-¿Qué? –me imitó, dándose la vuelta hacia mí.- ¿Eso es lo único que tienes que decirme?
No era lo único que tenía que decirle; era lo único que podía decirle después de todo lo que había dicho. ¿¡Se pensaba que le había puesto los cuernos con Lucas!? Si no fuera por lo tenso y cabreado que estaba me habría echado a reír por el mero hecho de imaginarme a mí liándome con Lucas.
-Dilan, no es lo que parece o lo que crees que parece –dije con el tono de voz más tranquilo que tenía. Él me miró con las cejas levantadas, como si lo que yo estuviera diciendo no tuviera sentido, pero al ver que no decía nada, seguí:- No escuché el teléfono, por eso no te contesté las llamadas –mentí, pero no era plan de decirle que en realidad lo único que quería era haberme metido en la cama hasta el día siguiente- y te respondí el mensaje de texto…
Callé al ser consciente de que no lo había hecho. Lo había escrito, sí, pero no le había dado a la tecla de enviar porque justo un segundo antes saltó la alarma de incendios.
-Mierda –mascullé entre dientes, mientas pasaba las manos entre mi pelo, claramente agobiada.
-¡Te he enviado como quieras una docena de mensajes! –respondió él a la defensiva.
-No-no tenía el móvil encima porque… -había empezado a tartamudear debido al estrés de la situación. Suspiré nerviosa y me puse a dar vueltas de un lado para otro.- Te escribí el mensaje, lo prometo pero justo cuando iba a darle a enviar saltó la alarma de incendios y….
-¿En serio Claudina? ¡Venga ya! –me interrumpió, aún más enfadado si cabía. No me creía.- ¿Quién era ese tío y por qué estabas con él en una habitación a solas?
La cosa iba de mal en peor y yo llevaba todas las de perder. Me maldije a mí misma por no haberle contado antes a Dilan, mi novio, que Lucy y Lucas llevaban ya un tiempo viviendo en casa, ni tan siquiera sabía que Nina tenía dos hijos. Debía haberlo hecho antes, lo sabía, pero no había tenido ocasión de hacerlo.
-Es el hijo de Nina –contesté con resignación, volviendo a meter los dedos entre mi pelo.- Él y su hermana pequeña llevan viviendo en casa dos semanas.
-Esto es el colmo. ¿¡Dos semanas!? ¿Tú no me has dicho nada?
-Lo sé –respondí en un susurro, arrepentida- lo siento, es que no he tenido ocasión…
-No has tenido ocasión… ya; porque la mejor forma de enterarme es encontrándote con él en una habitación ¿no?
Mi paciencia tenía un límite y Dilan la acababa de sobrepasar. ¿Me estaba insinuando que me había liado con el que era mi ¨hermanastro¨? Ya no era que me estuviera acusando de ponerle los cuernos, que no tenía ni pies ni cabeza, sino que lo estaba haciendo con mi propio hermanastro. Vale sí, reconozco que el momento en el que Lucas y yo habíamos estado tumbados en su cama había sido algo raro, pero nunca llegaría a tal cosa.
-¿Estás insinuando que te he puesto los cuernos con mi propio hermanastro? –pregunté entre dientes, con los puños apretados a los costados.
Las palabras le golpearon en la cara, haciéndole ver lo que él mismo había insinuado. Palideció. No solíamos discutir, pero sí sabía que yo era una chica con carácter y que a pesar de que solía tener paciencia, si me enfadaba lo mejor era alejarse de mí porque era un volcán en erupción.
-No he dicho eso –se retractó, en un tono mucho más tranquilo que el que había empleado con anterioridad.
-Sí, sí que lo has hecho.
-¡Estabas en su habitación! ¡La habitación de un tío al que no conozco, Claudina!
Me agarró por los hombros e intentó acercarme a él, pero antes de que lo consiguiera me zafé de sus amarre con un manotazo.
-¡Vete! –le chillé, señalando el camino de graba.
-Vale, lo siento me he pasado solo estaba preocupado por ti y…
-¡Dilan, que te vayas! –le repetí, lanzándome contra él para moverlo de donde estaba, aunque lo único que conseguí fue un leve contoneo.
Cogió mis muñecas y antes de que pudiera moverme me atrajo hacia sí y juntó nuestras bocas. Si se pensaba que eso iba a bastar para que se me pasara el enfado, iba listo. Me separé de él y le di un último empujón.
Tenía los ojos llorosos, pero me negaba a derramar una sola lagrima delante suya después de lo que había dicho. No estaba dispuesta a pasar por semejante humillación.
Al ver que no se movía y que las lagrimas aparecerían de un momento a otro, me marché sin decir nada más. Intenté hacerlo despacio y tranquila, para que no pareciera que estaba huyendo, pero a mitad de camino, cuando noté el ardor en mis ojos, no pude resistirlo más y salí corriendo.

Habían pasado dos días desde que Dilan nos encontró a Lucas y a mí en su habitación. Dos días repletos de comederos de cabeza, rayadas, lágrimas y llamadas telefónicas. Entendía que él estuviera algo confuso después de cómo me había encontrado y de haberle ocultado que Lucas y Lucy, mis hermanastros -por definirlos de alguna manera, ya que Nina y mi padre no estaban casados- estaban viviendo en mi casa; pero mi orgullo era mucho mayor que el suyo y no iba a permitir que me acusara de haberle sido infiel.
Esa noche, cuando entré en casa y me dejé caer en la cama agotada tanto física como emocionalmente, ni siquiera bajé a cenar. Lucas estaba algo preocupado, ya que salí de su habitación como alma que lleva al diablo detrás de mi novio, pero lo eché de allí.
Estaba enfadada con él. Si no hubiera sido por Lucas yo no estaría en la situación en la que me encontraba en esos momentos con Dilan .
Dilan y yo no teníamos discusiones más allá de elegir una película y el tipo de palomitas que comeríamos mientras tanto; pero desde que apareció Lucas en escena no había parado de tener peleas con él. Vale, sí; quizás Lucas no fuera el responsable de todas ellas, pero sí que era el responsable de mi estado de ánimo. Ese chico era tan exasperarte que me sacaba de quicio y me pasaba el día de mal humor.
Por otra parte estaba los sentimientos que había tenido cuando había estado con Lucas tumbada en su cama. ¿¡Qué demonios me estaría pasando en ese momento por la cabeza como para pensar tales cosas!? No quería tocar a Lucas, odiaba a ese chico y solo de pensar en nuestro roce de manos me daban arcadas.
-¿Estás bien Clau?
Como tenía el pie mal, a pesar de que ya no me dolía cuando lo apoyaba, en los entrenamientos me limitaba a sentarme en las gradas y a corregir a las novatas en sus movimientos. Normalmente estaba sola pero Bonni de vez en cuando se quedaba conmigo. Yo le decía que no hacía falta; era mi lesión, no la suya y no quería que perdiera práctica por quedarse sentada a mi lado, pero ella insistía y era demasiado cabezota como para llevarle la contraria.
-Sí -le sonreí, con la mirada ausente en cualquier parte del suelo.
-Claudina Manson, no intentes engañarme -me reprendió, ahogando un gritito- sé que no estás bien a si es que ni te molestes.
-¿Y si lo sabes? ¿Por qué me preguntas?
-Pura cortesía -se encogió de hombros con indiferencia.- Venga, dispara.
A pesar de que por dentro me encontraba hecha un asco, no le había contado nada sobre Dilan y lo que había pasado la otra noche noches; Bonni ya tenía suficientes problemas como para avasallarla con los míos.
-¿Si te lo cuentos me prometerás que no pondrás el grito en el cielo?
Suspiré con resignación y por primera vez desde que se había sentado a mi lado, la miré.
Bonni se llevó la mano al corazón y asintió con entusiasmo, a pesar de que tenía un semblante serio en lugar de su sonrisa habitual.
-Lo prometo.
-Vale -suspiré de nuevo. Cogí aire y me dispuse a relatarle todo lo que me pasaba por la cabeza; desde el embarazo de Dinna, hasta que no sabía en qué situación me encontraba con Dilan. Cuando terminé de contarle todo, mi amiga estaba mucho más seria y por su mirada pude deducir que se encontraba debatiéndose mentalmente en si salir corriendo y buscar a Dilan y ahogarlo con sus manos o quedarse a consolarme. Prefería la primera.
-Es un cabronazo. ¿Cómo se atreve a hacer eso?
La miré con reproche. Tampoco quería que se enfadara con él, no se lo había contado para eso. Dilan también era su amigo.
-No lo sé... me siento culpable yo.
-Tú no tienes la culpa nena -pasó su brazo por encima de mis hombros y tiró de mí hacia ella- no has hecho nada malo.
-Lo sé, pero si le hubiera dicho que Lucas estaba viviendo en casa...
No pude acabar la frase. Un sollozó ahogó las palabras a mitad de camino y me vi obligada a dejarlo estar. Hundí la cara en el hombro de mi amiga. Lo último que quería era que me vieran llorar.
-¡Eh! No te desanimes ¿vale? ¿Habéis hablado?
-No.
-¿Pero te ha llamado?
-Sí.
-¿Entonces?
¿Entonces? ¿Entonces qué? No sabía qué responder a esa sencilla pregunta. Estaba claro que me encontraba mal por estar en una situación así con Dilan, pero no quería ponérselo en bandeja de plata. Él había insinuado que no le era fiel. Se había pasado de la raya.
Al ver que no contestaba, Bonni soltó un suspiro y me abrazó con más fuerza, acariciándome el pelo con delicadeza. Normalmente en ese tipo de situaciones nos encontrábamos al revés. Bonni estaba en mis brazos mientras que yo la acariciaba. Mi amiga era una chica un poco ilusa y a pesar de tener un carácter de perros en lo referente a los chicos, en cuanto uno le hacía caso, ella se tiraba de cabeza al río; lo que le había costado más de un sofocón.
-¿Sabes que te digo? Que le den.
-Bonni... -sollocé, frunciendo el ceño.
-Venga ya, te ha acusado de ponerle los cuernos. Está claro que no lo vais a dejar, pero deja que se arrastre todo lo posible.
-Pero... -empecé a replicar.
-Ni peros ni nada y ahora -se levantó de un salto, tirando de mí para que la imitara- mueve ese culo -me dio un cachete en el muslo, lo que me hizo sonreír mientras me limpiaba las lágrimas- que hoy empiezan tus clases de ballet. Te llevaré.
-No hace falta que me lleves.
-Lo sé, pero quiero.
Se dio la vuelta hacia el resto de los componentes del equipo de animadoras, que se encontraban dando saltitos por todo el gimnasio y les gritó cuatro voces diciéndoles que hoy el entrenamiento terminaba antes de tiempo, que se podían marchar a sus casas. A algunos no les sentó demasiado bien, como Rizzo, la hermana de Scot, el chico que le gritó a Dilan que yo estaba para comerme y su séquito de pequeñas zorritas. A veces me preguntaba qué leches me estaría pasando por la cabeza para aceptarlas en el equipo. Pero a la mayoría les entusiasmó. A pesar de que nos estábamos preparando para el partido de fútbol que tendría lugar en unas semanas, Bonni era mucho más dura que yo, por lo que estaban agotados.
Estábamos entrando en el aparcamiento cuando pasó lo inevitable, Dilan estaba allí y parecía estar esperando a alguien; pues estaba de pie junto a su coche de brazos cruzados con la mirada fija en la puerta. En cuanto me vio, se le iluminó el rostro; por lo que deduje que yo era ese alguien.
Miré a Bonni desesperada en busca de ayuda, no quería hablar con él, no ahora, ya que sabía que en cualquier momento la hora de enfrentarse a la situación llegaría.
-Nena -me llamó, sonriendo.
Me paré de golpe en mitad de la carretera. Estaba paralizada, aterrada. Nunca había tenido una discusión tan fuerte con él por lo que era normal que tuviera miedo ¿no? Él debió de darse cuenta pues su sonrisa pasó a una mueca de tristeza, pero aún así, siguió avanzando hacia mí.
-¿Puedo hablar contigo?
Debería haber respondido algo, pero no lo hice. Seguía paralizada aferrando con fuerz el brazo delgaducho de mi amiga. Bonni se dio cuenta de ello y se puso entre medias de los dos con los brazos cruzados.
-Dilan, ahora no -le dijo con seriedad.
-¿De verdad Bonni? -se rio sarcásticamente- Es mi novia, tengo derecho a hablar con ella. ¿Verdad que sí, nena?
Me miró por encima del hombro de mi amiga, pero no pude aguantar más de un segundo su mirada dolida a si es que aparté la mía.
-Déjame en paz Dilan, no estoy de humor para hablar ahora -dije en un susurro.
Vi el dolor en su mirada, la incredulidad, la decepción... no se esperaba que le respondiera con algo semejante, pero ¿qué más podía decir? No quería hablar con él. No porque estuviera enfadada o algo por el estilo, sino porque estaba dolida por pensar una cosa tan atroz como que le había puesto los cuernos.
-Pe-pero... -vaciló, antes de proseguir- tenemos que hablarlo.
-Lo sé.
-¿Cuándo?
-No lo sé, pero ahora tengo que irme.
Me hice a un lado y esquivé a Bonni, que seguía de planta parada entre los dos. Al pasar por su lado, Dilan me agarró del brazo y un pinchazo de remordimientos se clavó en mi estómago. Las lágrimas volvieron a fulminarme los ojos, derritiéndose con cada segundo que pasaba.
-¿Me llamarás? -me preguntó, con un dolor en su voz que nunca antes había escuchado.
-Quizás -respondí, aunque ambos sabíamos que ese quizás era un no camuflado en una posible esperanza.
Hice acopio de todo el valor que tenía y me solté de él. Conté los pasos que me separaban del coche de Bonni para así concentrarme en otra cosa que no fuera lo mal que me sentía en esos momentos. Para olvidar la tristeza en los ojos de mi novio.
-Está arrepentido -dijo Bonni, poniéndose el cinturón de seguridad.
-Lo sé.
-Creo que deberías hablar con él.
-Lo sé.
Claro que debía hablar con él, lo sabía; sabía todo lo que estaba diciendo, no era tonta a pesar de que la mayoría de la gente se creyera que era así, solo... estaba retrasando el momento.

El grito que emitió la profesora Rita al ver mi tobillo vendado fue lo más cómico y horripilante que había escuchado en mi vida. Era bajita y muy delgada, demasiado para su edad, pero al ser menuda a penas se notaba. Siempre llevaba su pelo castaño -ya medio canoso por la edad- recogido en un moño en lo alto de la cabeza. Me recordaba a una muñequita de trapo.
-¿Qué le ha pasado a mi alumna favorita? -inquirió en un perfecto americano con un deje de acento ruso.
Si había una cosa por lo que Rita destacaba, a demás de ser una esplendida bailarina, era su sinceridad. Le daba lo mismo decir que yo era su alumna favorita en medio de clase. Quizás por eso el resto de compañeros solía mirarme con caras largas; a excepción de Mohamed, mi compañero de baile y mejor amigo desde que empecé en aquella academia.
-En un ensayo de las animadoras -sonreí con timidez, ya que sabía que las animadoras para la Sra. Rita eramos arpías disfrazadas de niñas monas.
-Oh, esos estúpidos entrenamientos te pasarán factura. -Me pasó los brazos por encima y me estrechó contra ella.- En fin, pues tendrás que esperar a empezar las clases. Puedes quedarte y ver cómo le doy voces a esta pandilla de vagos -miró a mis compañeros con el ceño fruncido, a pesar de que tenía una amplia sonrisa dibujada en el rostro- estoy segura que esta pequeña lesión no se cobrará mucho tiempo.
-Eso espero -sonreí.
Necesitaba distraerme y meterme en casa no iba a servir de ayuda ya que estaría Lucas rondando y no me dejaría tranquila, además, echaba de menos los gritos de frustración de mi profesora a si es que decidí quedarme.
Me dirigí a una esquina del estudio y me senté en el suelo con la espalda apoyada en la pared, mientras esperaba a que la clase tomara comienzo. Estaba algo distraída, mirando de un lado para otro, pero me fijé en la puerta en el momento preciso. En cuanto lo vi, me olvidé del dolor y corrí hacia él. Hasta que no estuve en sus brazos pegada a él como si fuera una garrapata no me relajé.
Mohamed era un chico alto, guapo y fuerte. Tenía raíces egipcias y de hecho, parte de su familia vivía allí, pero su madre era americana, de Florida concretamente, por lo que solo iba a visitar a su familia paterna en vacaciones. Llevaba dos meses y medio sin verlo, desde que comenzaron las vacaciones de verano. Habíamos estado en contacto, pero no era lo mismo.
-Ratita -sonrió, estrechándome aún con más fuerza.
¨Ratita¨, así era como me llamaba. De pequeña, cuando se me cayeron los dos paletos a la vez y mientras que el resto de los niños parecían monos sin los dos dientes principales, yo era una especie de adefesio. Mohamed sabía que me disgustaba que se metieran conmigo, por eso, para restarle importancia a los comentarios despectivos del resto de la gente, comenzó a llamarme así, algo un poco incoherente ya que las ratas tienen dos dientes enormes.
-¡Dios! ¡Como te he echado de menos! -exclamé con la cabeza hundida en sus hombros.
-Y yo a ti, pequeña, pero me estás estrangulando.
-Ups.
Me dejé caer frente a él, observándolo de arriba a abajo. Cada vez que veía a ese chico me parecía mucho más alto. Medía como dos metros de altura, a si es que os podéis imaginar cómo me sentía yo con mi metro sesenta y ocho a su lado. Tenía unos brazos fibrosos debido a los años que llevaba practicando el arte de la danza y cogiéndome a mí, que a pesar de ser poca cosa, yo pesaba bastante. Su piel era oscura, lo había heredado de su padre y me sorprendió ver que se había rapado la cabeza, ya que normalmente solía llevar el pelo largo.
-¿Y eso? -pregunté, señalándole su coronilla al rape.
-Piojos -sonrió, mientras se pasaba la mano por su pelo afeitado.
-¿En serio? -abrí los ojos tanto que casi se me salieron de las cuencas. Mohamed era muy cuidadoso con su melena, por lo que me chocó que dijera eso.
-No, es broma -se rió, dándome un codazo.- Ya te contaré, tenemos que ponernos al día de muchas cosas.
-Y que lo digas -suspiré, resignada.
-¿Estás preparada? -Soltó su bolsa de deporte y me cogió en volandas, mientras me hacía girar entre risas.- Vengo listo para menear ese trasero, monada.

-No puedo -cuando me bajó, señalé mi pie vendado.- Como tú has dicho, tenemos que ponernos al día de muchas cosas.

lunes, 1 de septiembre de 2014

Capítulo 12.

 Bonni me llevó hasta casa, pero me dejó junto a la verja para no tener que entrar el coche. Nos habíamos pasado todo el trayecto en silencio, pero es que ninguna de las dos sabíamos qué decir después de enterarnos que nuestra mejor amiga de dieciocho años se había quedado embarazada. No era uno de esos momentos en los que sacas un tema de conversación trivial por el mero hecho de que todos los temas de conversación te parecen absurdos y tampoco íbamos a hablar sobre que probablemente dentro de nueve meses tendríamos a una mini Dinna o a un mini Steff dando vueltas por nuestras casas. Nos iba a costar digerir eso.
En un principio nuestra reacción había sido un ¨¿queeeeee?¨ con un grito ahogado mientras que intentábamos mantener la calma, pero acto seguido, en cuando Dinna se echó a llorar, Bonni y yo olvidamos que estábamos enfadadas por sus desplantes y corrimos a abrazarla. No nos había contado mucho, por no decir que prácticamente nada, aunque bueno, ya eramos mayorcitas y sabíamos de sobra cómo se hacía un niño y que había que usar para impedir que la fórmula mágica lo creara, pero suponía que Dinna no era tan tonta como para haberlo hecho sin protección y que debajo de todo eso había una historia. No queríamos presionarla a si es que tanto Bonni como yo decidimos darle espacio y esperar a que se decidiera a contarnos todo. Dinna nos dijo que nos lo contaría todo cuando estuviera preparada para ello y que nos llamaría a si es que solo quedaba esperar esa llamada.
Con cada paso que daba el tobillo me mandaba una descarga de dolor. El efecto de los calmantes se había pasado demasiado rápido para mi gusto y ahora estaba sufriendo las consecuencias. Tenía que tomar tres al día, uno después de cada comida. Si no era ya suficiente con la humillación de haberme caído delante de todo el equipo de animadoras y pasarme una semana entera sin poder entrenar ni ir al estudio de ballet, se le había añadido tres comidas diarias. Esto ya era el colmo.
Cerré los ojos con fuerza reprimiendo un alarido que se estaba creando en mi garganta. Tenía unas ganas tremendas de llorar, pero no lo haría. Intenté no apoyar todo el peso en el pie mientras abría el portón para poder entrar en casa, aunque aquella puerta pesaba como mil demonios.
-Hola Clau… -Lucy, que estaba sentada en el sofá, se giró para saludarme, pero su expresión pasó de una sonrisa a una mueca de dolor cuando me vio el tobillo vendado- ¿qué te ha pasado?
La chica corrió a ayudarme cuando me apoyé sobre la pared para poder descansar después de haberme pasado todo el camino saltando a la pata coja, pero deseché su ayuda.
-No es nada, estoy bien –le sonreí, cerrando los ojos y dejando caer mi cabeza contra la pared.
-¿Qué no es nada? ¿Has visto lo morado que tienes la piel?
Sí, sí que lo había visto, por eso procuraba mirar poco hacia abajo, porque si lo hacía volvería a verlo y entonces ya sí que me echaría a llorar.
-Estoy bien de verdad –me separé de mi apoyo y me dirigí a las escaleras. Suspiré al ser consciente del camino que me quedaba aún por recorrer hasta mi habitación.
-¿Quieres que te ayude? –Lucy me miró con los ojos muy abiertos y algo vidriosos. Era una niña siempre dispuesta ayudar a los demás y a pesar de que no quería que me viera flaquear, me vi obligada a aceptar su ayuda esta vez.- Vamos –me sonrió.
Para cuando llegamos a lo alto de la escalera gotas de sudor me recorrían la frente. Estaba cansada, sudorosa y sin aliento y solo eran las cuatro de la tarde.
-Gracias Lucy –sonreí, con la voz algo entrecortada por el esfuerzo.- Ya puedo sola.
-¿Quieres que te acompañe hasta la habitación? –se encogió de hombros con una sonrisa- No tengo nada que hacer, si quieres algo solo pídemelo.
-No, gracias, puedo sola.
Le sacudí el pelo en un gesto cariñoso y me marché saltando sobre el pie bueno hasta mi habitación, usando la pared como soporte. Cuando vi mi cama al otro lado del cuarto, unas campanitas se pusieron a cantar el ¨aleluya¨ con un tono celestial. Ni me molesté en quitarme los zapatos; simplemente me dejé caer contra la colcha con los brazos extendidos. Al hacerlo, me di sin querer en la parte trasera del pie vendado y vi las estrellas. Maldije por lo bajo en un susurro.
Repasé todos los acontecimientos del día, desde que me había levantado de la cama hasta que me había vuelto a dejar caer en ella lista para no salir por lo menos en una semana. Estaba claro que cuando empezaba mal el día, acababa mal.
Primero me habían mandado un trabajo de dos mil palabras sobre algo de lo que no tenía ni la más pajolera idea, después me había enzarzado en una discusión con una chica dos años más pequeña que yo pero que a simple vista podría parecer mi hermana mayor y todo porque me había preguntado por mi novio. Ahora que me paraba a pensarlo, me sentía realmente gilipollas. Ya me había acostumbrado a que las chicas miraran a Dilan como objeto de deseo pero ninguna antes se habría atrevido a preguntarme por él de una forma tan descarada como había hecho Rizzo.
En segundo lugar me había hecho un esguince en el pie que me llevaba a estar mínimo una semana sin poder bailar. Eso implicaba dos semanas de tormento con un dolor mortal en el tobillo y también a perderme las primeras clases de ballet en la academia, por no mencionar que me retrasaría en los ensayos de las animadoras y a pesar de que había estado pensando en dejarlo, me tomaba mi trabajo muy enserio.
Y por último y no menos importante, porque en realidad era lo más importante; mi mejor amiga estaba embarazada; ¡EMBARAZADA!
-Desastre por Dios –chillé, tapándome la cara con las manos.
Un cosquilleo me recorrió el muslo cuando mi móvil empezó a vibrar. Lo saqué del bolsillo de la falda y vi una foto de Dilan con una mueca graciosa. No me apetecía hablar con nadie, solo quería desconectar del mundo aunque fueran cinco minutos a si es que dejé que siguiera vibrando sobre la colcha, emitiendo un sonido grave cuando lo deposité a mi lado.
Conocía a Dilan lo suficiente como para saber que seguiría insistiendo, por eso siempre llevaba el móvil en silencio, así, si me llamaban y no quería cogerlo, simplemente podía decir que no lo había escuchado.
Como había supuesto, Dilan siguió llamando durante diez minutos más. Me sentía mal por no cogerle el teléfono, pero no tenía ni ganas ni fuerzas para explicarle lo que había pasado. Cansado de llamar, pasó a los sms.
¨Tú y tu estúpida manía de tener el móvil en silencio ¬¬. Me he enterado de lo de tu caída en el entrenamiento. ¿Cómo estás nena?¨
¿Sería tan mala novia si no respondía al mensaje de preocupación de mi novio? Sí, definitivamente lo sería; pero si respondía en el acto él sabía que lo estaba evitando a si es que dejé un par de minutos entre medias antes de coger el móvil para responder.
¨Lo siento cielo, no llevaba el móvil encima –clara mentira piadosa por el bien de mis cinco minutos de paz- No ha sido nada, solo tengo un esquince. Estoy bien.¨
Estaba a punto de darle al botón de enviar cuando un sonido agudo y estridente retumbó en toda la casa. La alarma de incendios.
Me incorporé todo lo rápido que pude y me dirigí hacia el pasillo haciendo caso omiso a las punzadas de dolor del tobillo cada vez que apoyaba el pie. Esa alarma llevaba en mi casa desde que tenía uso de razón y nunca antes la había escuchado.
Asustada, abrí la puerta de par en par para salir al pasillo, esperando encontrármelo lleno de humo o algo peor, envuelto en las llamas, pero no había nada fuera de lo normal.
-¿Pero qué demonios? –mascullé, cuando vi a Nana, Nina y Lucy correr por el pasillo.
Las seguí con atenta mirada hasta que entraron en la habitación de Lucas. Me había asustado tanto que ni tan siquiera me había dado cuenta que el ruido provenía de allí.
Como pude, sujetándome en la pared e intentando apoyar lo menos posible el pie herido, fui hacia la habitación de la que provenían unos gritos encolerizados por parte de Nina.
-¿¡Se puede saber en qué estabas pensando!? ¿¡Tú sabes el susto que nos has dado!?
-Mama, déjalo, ha sido sin querer… estoy segura.
-¡Cállate Lucy!
Cuando me asomé a la puerta me encontré a una Nana asustada, encogida ante los gritos de Nina y a una Lucy intentando calmar a su madre. Me esperaba ver algo en llamas, no sé, lo típico después de escuchar cómo la alarma anti-incendios suena en toda la casa y llueve dentro de la habitación de Lucas para apagar un fuego inexistente pero en cambio veo… a un Lucas empapado de pies a cabeza.
-¿Se puede saber qué…? –empecé a decir pero me callé en cuanto escuché el sonido de la mano de Nina impactando contra la cara de Lucas. Cerré los ojos con fuerza, dolorida ante tal sonido.
-¡Mamá! –exclamó Lucy, corriendo detrás de su madre quien casi me derriba al pasar.
Miré a todos lados de la habitación; si había habido un incendio allí dentro desde luego que no había pruebas. Lucas estaba de pie en el centro de la sala, sujetándose la zona en la que su madre le había pegado. La camiseta blanca que llevaba, se le ajustaba a los músculos debido al peso del agua, transparentando así todos sus tatuajes a través de la tela. Me obligué a apartar la mirada, en cuanto me di cuenta de que él también me estaba mirando a mí.
-¿En qué estaba pensando Señorito Lucas? –suspiró Nana- ¿es que no sabe que en esta casa hay alarma de incendios?
-Pues al parecer no, no lo sabía Nana –dijo con diversión, levantando una de las comisuras de sus labios.
-Si el Señor se entera… y su madre… ¡ay su madre! –se quejó Nana, negando con la cabeza.- Espero por su bien que esto no se vuelva a repetir.
-Descuide –su sonrisa se amplió, dejando a la vista unos dientes blancos perfectos.
Nana dio la vuelta para salir de la habitación y entonces fue cuando reparó en mi presencia. Me contempló con unos ojos cansados y una sonrisa claramente forzada. Aquella mujer necesitaba unas vacaciones.
-Clau, cielo.
-Nana –le sonreí.
-Voy a avisar al servicio para que… -suspiró antes de terminar la frase, mirando hacia todos lados- para que limpien este desastre.
Seguí a Nana con la mirada hasta que la perdí de vista escaleras abajo. Yo debería haberme marchado también, pero sentía curiosidad por saber qué era lo que había hecho que Nina, se enfadara tanto a si es que dejé aún lado el hecho de que llevara prácticamente una semana sin intercambiar ni una sola palabra más allá de un ¨hola¨con Lucas. Aún seguía muy enfadada con él tras nuestra discusión. Él se había pasado de la raya llamándome enferma. Yo no estaba enferma y no iba a consentir que un niñato de tres al cuarto me tratara de ese modo. Yo no lo había perdonado y él tampoco había puesto mucho empeño en que lo hiciera.
Cuando giré, para quedar de cara a él, su mirada seguía puesta en mí. Me lanzó una de esas miradas de arriba abajo que a cualquiera la habrían puesto colorada, pero sabía que pretendía intimidarme, por lo que no lo dejé.
-¿Qué has liado? –pregunté con el tono de voz más amargo que tenía.
-¿Yo? –sonrió, arrascándose la coronilla. Al hacerlo, la camiseta se le levantó un poco, dejando a la vista una perfecta V bien moldeada que formaba parte de los músculos de sus caderas. Me sorprendí a mí misma conteniendo la respiración ante semejante imagen. Por suerte él no se dio cuenta de ello.- ¿Por qué lo preguntas?
Me reí con sarcasmo, parpadeando un par de veces para obligarme a mí misma a quitar la vista de su cadera y concentrarme en cualquier otra parte de la habitación. Entonces lo vi, suspendido en un cenicero azul ceniciento con motivos amarillos. Estaba enganchado en uno de los agujeros que tenía. No era la primera vez que veía uno, pero nunca lo había probado.
-¿En serio? –lo miré con las cejas levantadas mientras me dirigía a su mesita de noche, donde estaba el cenicero.-¿Un porro?
De todas las cosas que me habría imaginado que sería, nunca lo habría calificado como un porrero y menos sabiendo que era hijo de Nina Mazzeraty.
No me respondió, solo me sonrió y se encogió de hombros, como un niño que quería tapar la travesura que había hecho.
-Mi padre te va a matar –dije entre carcajadas mientras me imaginaba a mi padre montando en cólera cuando supiera que su ¨hijo adoptivo¨ había estado fumando en su casa.
Marcus era un hombre muy correcto que había visto y llevado tantos casos de drogas que ni tan siquiera fumaba tabaco. Lo repelía. Por eso, cuando yo quería fumarme un pitillo en casa iba a un sitio donde sabía que nadie me pillaría. En mi ventana había unas escaleritas blancas que daban al tejado, solo tenía que subirlas y ¡voila! podía fumar sin que nadie se diera cuenta.
-No creo que se ponga peor que mi madre –su cara se arrugó al pronunciar esas palabras y entonces recordé el sopapo que le había soltado.
-¡Venga ya! Mi padre es abogado claro que se pondrá peor. Te deseo suerte.
-Creo que iré preparando la maleta entonces –se rio- quizás me hecha del país.
-Sí… -medité, arrugando el ceño- quizás deberías; de hecho –le sonreí, dirigiéndome a su armario- si quieres te ayudo.
-¡Oh dios! Venga ya.
Sus carcajadas eran bastante contagiosas. Tenía una risa algo estridente, pero sin llegar al punto de ser molesta. El brillo plateado que me había llamado la atención varios días atrás, volvió a distraerme. Definitivamente tenía un pendiente en la lengua.
Hacía tan solo un segundo estaba enfadada con él y ahora estábamos haciendo bromas. Ese chico era desquiciante.
-A la maleta no sé, pero si me ayudas a recoger este desastre… te lo agradecería mucho.
-¿Yo?¿Ayudarte a ti? –me señalé a mí misma con el dedo. Una carcajada repleta de sarcasmo se estaba formando en mi garganta, pero se disipó en cuanto una sonrisa cobró vida en los labios de Lucas. Me maldije a mí misma por parecerme una sonrisa jodidamente irresistible y bonita y me pregunté con cuantas chicas la abría utilizado ya. Fruncí el entrecejo y negué con la cabeza, recriminándome por decir lo que estaba a punto de decir:- ¡está bien! Pero solo porque te debo una –lo señalé con el índice.
-¿A sí? ¿Me debes una? –preguntó con sorpresa fingida.
No quería hablar del tema a si es que lo ignoré por completo. Si después de una semana no le había dicho a nadie que me había pillado purgándome después de la cena, es que ya no lo haría o lo usaría en mi contra y prefería pensar que la opción correcta era la primera a si es que sí; técnicamente le debía una.
-En fin… -suspiré- ¿por dónde empezamos?

Hora y media más tarde la habitación de Lucas estaba como los chorros del oro y tan seca que parecía que allí no hubiera pasado nada, aunque claro, no todo el mérito era nuestro ya que sin el personal de servicio y la ayuda de Lucy no habríamos conseguido nada.
-Estoy muerta –me quejé, dejándome caer sobre la cama con los brazos extendidos.- Deuda saldada.
-Sigo sin saber a qué te refieres –dijo Lucas desde dentro de su armario.
-Deja de hacerte el tonto ¿quieres? Sabes perfectamente a lo que me refiero.
-No –negó, mirándome desde lo alto mientras se cambiaba de camiseta- no lo sé.
-Lucas….
-No sabía que fueras animadora –se rio, mientras se dejaba caer en la cama a mi lado.
-¿Qué? –pregunté desconcertada por el giro tan brusco que había tomado la conversación. Me incliné sobre los codos y contemplé mi uniforme arrugado. Estaba tan distraída y cansada que ni tan siquiera había sido consciente de que aún seguía vestida de animadora.- ¡Ah! Sí, soy animadora. –Giré la cabeza para mirarlo a la cara, pero él estaba concentrado en algún punto del techo.- ¿Alguna objeción?
El muchacho negó con la cabeza antes de mirarme directamente a los ojos y añadir:
-Ninguna.
Dado que estábamos tumbados en la cama, nos encontrábamos a la misma altura a pesar de que él era mucho más alto que yo. Sus ojos del color del zafiro contemplaban los míos, escrutando y buscando algún rincón sin explorar. Tenía la mandíbula apretada, podía ver la tensión que ejercía con sus dientes. Lo notaba tenso, pero no sabía por qué. Eso me llevó a pensar si había dicho o hecho algo que le hubiera podido sentar mal y me sorprendí a mí misma preocupándome por ello. Sus labios eran gruesos, pero no hasta el punto de ser exagerados y su piel parecía tan suave… quería tocarle la piel de los brazos, aunque solo fuera por error.
Me preguntaba si él también me estaba viendo como yo lo veía a él en esos momentos. Mentiría si dijera que Lucas era un chico feo, porque la verdad es que no lo era y resultaba bastante atractivo a la vista y ese aire de chulo prepotente lo hacía parecer más sexy aún.
Suspiré, cerrando los ojos con una sonrisa en los labios.
-¿Qué pasa? –susurró él, haciendo cosquillas cuando su aliento con olor a menta chocó contra mi pelo.
Se respiraba tanta paz en aquella habitación y estaba tan comoda que no quería mover ni un solo músculo por si se rompía la esfera y lo echaba todo al traste, a si es que me tomé mi tiempo en responder.
-Nada –contesté en un susurró, con los ojos aún cerrados.
Estábamos tan cerca el uno del otro, que podía sentir el calor que desprendía su piel bajo los pantalones de chándal y la camiseta de licra que llevaba. Si movía, aunque fuera un centímetro pequeñin los dedos de mis manos, rozaría los suyos. Quería rozar su piel y que pareciera un accidente, pero cuando su mano rozó la mía y sentí la suavidad de sus dedos comprendí el terrible error que se había adueñado de mis sentidos.
Sorprendida ante tales pensamientos, me incorporé de golpe, soltando todo el aire del que no había sido consciente que había estado conteniendo. Lucas me miró sin entender por qué había hecho eso y se incorporó despacio.
-¿Qué pasa? ¿He hecho algo malo?
¿Qué iba a decirle? ¿Qué por qué me había tocado la mano sin querer cuando yo estaba pensando en que quería que nuestras manos se encontraran por casualidad y al darme cuenta de ello me había asustado? Sonaba estúpido.
-N-no es na-nada –respondí, nerviosa- es solo que es tarde y será mejor que vaya…
Señalé la puerta con la cabeza y como por arte de magia esta se abrió. Pegué un respingo en el sitio cuando vi a Dilan junto con Nana en el umbral.
Los ojos desorbitados de Dilan no se me olvidarán en la vida cuando dijo:

-¿Qué demonios está pasando aquí?

Capítulo 11.

 Los días iban pasando con la mayor normalidad con la que podían hacerlo teniendo en cuenta que mi padre había retomado su horario habitual de trabajo, al igual que Nina y prácticamente volvía a no verlos, quitando que Lucas y Lucy seguían viviendo en mi casa, todo habría sido normal.
Las clases cada vez eran más aburridas, sobretodo Historia del Arte. Si hubiera tenido una máquina del tiempo habría viajado y le habría dado un par de bofetadas a mi yo del pasado por haber escogido esa asignatura. Mientras que todas las chicas atendían por el mero hecho de deleitarse la vista con el profesor, yo me entretenía mirando por la ventana el resto de la clase o dirigiendo miradas fugaces al reloj que había sobre la puerta suplicando porque la clase acabara. Iba a tener que ponerme las pilas si quería aprobarla, me iba a costar lo suyo.
Era un miércoles a tercera hora. Estaba mentalmente agotada después de una hora de Lengua Española, Historia Americana e Historia del Arte. No paraba de mirar al reloj con mirada suplicante. ¿Por qué narices se hacía el tiempo tan pesado en esa maldita asignatura? Desde luego era desesperante; y cuando pensaba que el día no podía ir a peor, de repente más de quince pares de ojos se quedaron fijos en mí. Aturdida, miré a todos lados sin saber qué era lo que pasaba. Escuché un par de murmullos y una sonrisita por lo bajo.
-¿Señorita Manson? ¿Sería tan amable de responder a mi pregunta?
Aturdida, miré al profesor como aquello de que se tratara de un marciano verde. Me había hecho una pregunta a la cual yo sabía que no tenía respuesta; no después de haberme pasado los cincuenta minutos anteriores contemplando al conserje regar las plantas. Estaba perdida.
-¿Po-podría repetírmela? -susurré, hundiéndome aún más en mi silla.
Eso solo hizo que las risas que antes habían sido un simple murmullo, subieran un par de decibelios hasta el punto de ponerme roja como un tomate.
-Por supuesto -asintió- le preguntaba que si podría decirnos lo que sabe del Barroco.
Me debatí mentalmente, buscando por todos los huecos de mi cerebro, aunque fuera una minúscula respuesta acerca del Barroco; pero ¿a quién demonios quería engañar? No tenía ni idea.
-¿El Barroco? -repetí. Esperaba que se diera cuenta de que efectivamente él tenía razón y no había estado atendiendo, así al menos la humillación no sería tan grande y evitaríamos los balbuceos, pero no fue así por lo que improvisé sobre la marcha:- El Barroco era un tipo de...
Una campana, que antaño se me habría antojado como un sonido proveniente del mismísimo infierno, repiqueteó en lo alto del aula. Suspiré aliviada con una sonrisilla. Salvada por la campana.
-Te has salvado por los pelos -se rió Bonni a mi lado mientras metíamos las cosas en nuestras mochilas.
-Y que lo digas pe...
No me dio tiempo a terminar la frase, el Señor Sanders se plantó en toda su plenitud entre mi amiga y yo. Una simple mirada bastó para que Bonni se marchara, dejándome sola ante el peligro.
-Le advertí que si no quería permanecer en esta clase, podía cambiarse.
Palabras duras, tono amable. Aquel tío cada vez me caía peor. Me daba la sensación de que era el típico profesor que iba de enrollado pero que luego te la metía hasta el fondo. Capullo.
-Lo sé, pero es que de verdad me interesa esta clase -mentí- es solo que ando un poco distraída. Solo eso.
-Claudina -empezó a decir en un tono que poco encajaba con el tono amable que había empleado en la frase anterior. Me miró con una ceja levantada. Me preparé para recibir el golpe- ya es tarde para que te cambien, sé que no te gusta mi clase y sé que te arrepientes de no haberte marchado a tiempo -¿ese tío me leía la mente? Lo miré algo asustada, pensando en lindos gatitos por si acaso estaba en lo cierto- por eso creo que vas a necesitar una ayuda extra.
-¿Ayuda extra? -repetí, con un grito ahogado.
-Ajá -asintió- me gustaría hablar con su padre. ¿Podría comunicárselo?
Estuve a punto de reírme en su cara. Si se pensaba que mi padre iba a dejar su trabajo por ir a hablar con un profesor de su hija iba más que listo, pero simplemente me limité asentir.
-Bien. Tengo tutoría los martes, por lo que tendremos que dejarlo para la semana que viene, de momento quiero que me entregue una redacción de mil palabras sobre el Barroco.
Me quedé que si me pinchan no sangro; de hecho creo que debí de ponerme blanca porque la cara de perplejidad con la que me miró el Señor Sanders fue de lo más divertida.
-No se preocupes -me sonrió desde detrás de su escritorio- será divertido.


Divertido habría sido irme el fin de semana de excursión y perderme de todo el mundo o simplemente quedarme en casa leyendo o viendo mi película favorita, pero estaba claro que el concepto de diversión que teníamos el Señor Sanders y yo no era lo que se dice muy compatibles.
Después de ese disgusto tan grande, por denominarlo de alguna forma, ya que no tenía otra palabra más acorde con la situación, me fui corriendo hacia los vestuarios. Teníamos el primer ensayo con las nuevas integrantes del equipo y el primer partido era dentro de dos semanas. Íbamos a tener que ponernos las pilas y aún más teniendo en cuenta que llevábamos prácticamente tres meses sin dar palo al agua. Años anteriores nos habíamos planteado presentarnos a los estatales y competir con otros grupos de animadoras procedentes de distintas ciudades, pero nunca llegábamos a ponernos de acuerdo. Eramos buenas, muy buenas, pero también un desastre.
Rizzo, la hermana pequeña de Scot, estaba sentada en el banco junto a su taquilla riéndose a carcajadas limpias con el móvil en su regazo. Pasé de largo frente a ella, ni tan siquiera me limité a dirigirle una mirada a modo de saludo.
No solía llevarme mal con la gente, simplemente si alguien no me caía del todo bien intentaba no tener relación con esa persona y esa eran mis intenciones con aquella chica. No me daba buena espina y me tenía la sensación que la decisión de que perteneciera a las animadoras solo nos traería problemas. Pero debía reconocer que era muy buena.
-¿Has visto a Dilan? Lo estaba buscando.
La ropa se me resbaló de las manos cuando escuché su voz. Giré en redondo, para quedar de frente a ella, haciendo caso omiso al hecho de que acababa de quedar como una torpe.
-¿Perdona? -la miré con el ceño fruncido.
-Dilan -me sonrió, enseñando una dentadura perfecta- lo estaba buscando.
-¿Para?
-Bueno, si lo sé no pregunto -rió por lo bajo, poniéndose en pié. Esa chica no me gustaba y mucho menos que preguntase por mi novio. Quizás estaba quedando como una celosa, pero me daba igual.- Necesito hablar con él y -levantó una mano, cerrándome la boca antes de que pudiera replicar- si me vas a preguntar para qué, no es asunto tuyo.
Una bofetada en la cara me habría sentado mejor que el tono de voz y la chulería que había empleado esa niñata para dirigirse a mí. No me creía mejor que nadie; todas las personas somo iguales, pero sí que merecía algo de respeto y si quería preguntar para qué buscaba a mi novio estaba en todo mi derecho.
Aún más enfadada que antes, me cuadré de hombros y me crucé de brazos para hacerle ver que no iba a achantarme porque una niña más pequeña que yo me hablara en tono autoritario.
-En primer lugar, háblame bien. No te he faltado al respeto esto eh.... -dudé de su nombre por el puro placer de sentirme superior por un milisegundo. Sabía perfectamente cómo se llamaba- ¿Rizzo? En segundo lugar, no; no sé dónde está Dilan; mi novio -recalqué esas dos últimas palabras para que le quedara claro. Sonaba como una completa novia celosa, pero esa chica me había sacado de mis casillas- y en tercer lugar si te pregunto para qué, que menos que me contestes.
Si pensaba que con un tono autoritario iba a hacer que se echara hacia atrás, estaba muy equivocada. En lugar de eso, me dio la espalda y se marchó riendo a carcajadas, mientras yo imaginaba múltiples formas de estrangularla entre mis manos.
Dejando a un lado el momento tenso que acababa de tener, terminé de enfundarme el uniforme y salí a toda prisa hacia el gimnasio. El resto de mis compañeras ya estaban calentando, incluida Rizzo. Bonni estaba entre ellas dando órdenes, algo que le encantaba; pero Dinna seguía sin aparecer. No había ido a ninguno de los entrenamientos desde que habíamos empezado. Me tenía algo preocupada; pero siempre que Bonni o yo le preguntábamos, nos esquivaba. Era un poco desesperante.
-Buenas -saludé, con la voz algo entre cortada.- ¿Empezamos?
Un coro de voces me respondieron en un grito eufórico y no pude evitar sonreír ante el entusiasmo de mis compañeras. No había lo que se podría denominar ¨buen royo¨ entre nosotras, eramos muy distintas entre todas, pero cuando teníamos que ponernos a trabajar, lo hacíamos sin rechistar.
Las dos horas siguientes nos las pasamos corriendo, saltando, lanzándonos por el aire y moviendo el culo al son de la música. Otros institutos preferían inventarse una canción pegadiza para animar a su equipo; en cambio nosotras escogíamos un par de canciones y las bailábamos en el descanso. Era mucho menos laborioso y quedaba mejor, al menos bajo mi punto de vista.
-Bien chicas -Bonni pegó un par de palmadas para que todas se acercaran a nosotras. Era la segunda capitana, pero ejercía de primera más que yo.- Practicamos una última vez el paso del salto y acabamos por hoy. ¡A sus puestos!
Era un paso complicado, sobretodo ahora que a penas estábamos coordinadas entre nosotras mismas, pero era mejor dejarlo pulido, así al día siguiente podíamos centrarnos en otra cosa. Debido a mis años como bailarina de ballet, compaginados con los de animadora, yo formaba parte de las saltadoras. Al principio he de reconocer que me daba miedo estar saltando por los aires cada dos por tres, pero era muy emocionante. Macius, era uno de los chicos del equipo y también el que se encargaba de cogerme y lanzarme. Por lo general era muy bueno, pero esa vez falló. Sus manos debían de estar justo en el hueso de mis caderas, pero en lugar de eso, me agarró por encima de la cintura, lo que hizo que perdiera el equilibrio al caer y me diera de bruces contra el suelo.
Un dolor horrible se extendió por mi pierna hasta recorrer toda mi columna vertebral. Pensé lo peor. Tendida en el suelo con los ojos cerrados, me daba pavor mirarme el tobillo.
-¡Claudina! -Macius se hallaba a mi lado, zarandeándome por los hombros mientras que yo solo sabía gritar de dolor.- ¡¿Estás bien?! ¡Dime algo!
El pobre muchacho estaba aterrorizado, pero os aseguro que no más que yo.
Cuando abrí los ojos, un círculo de cabezas se cernían sobre mí, mientras que Bonni daba órdenes intentando abrirse paso hacia mí. Me estaban agobiando. El dolor era insoportable y el miedo aún peor; pero me dije a mí misma que no lloraría delante de todas esas personas.
-Estoy bien -dije en un susurro poco tranquilizador intentando que Macius me creyera- estoy bien.
-¡Que os quitéis del medio, cojones! -escuché a mi amiga, gritar detrás de todos esos cuerpos sorprendidos.
-¿Bonni? -sollocé, como una niña asustada.
Por fin, mi mejor amiga consiguió abrirse paso hasta mí. Su cara era una completa máscara de enojo y susto a la vez. Estaba roja por las voces y su voz era algo rasposa. Se sentó junto a Macius, mientras miraba hacia arriba indicándole al resto que se marcharan.
-¿Estás bien nena?
No sabía qué responder. Estaba asustada por mi tobillo, pero por lo demás me encontraba en perfecto estado. Si solo había salido mal parado mi pie, debía de dar gracias dada la altura desde la que había caído.
-El tobillo -fue lo único que dije.
Macius y ella se apresuraron a bajarme la media y a sacarme la deportiva. Cada vez que rozaban mi piel, un pinchazo de dolor se apoderaba de todo el hueso, subiendo por mi pierna. Tuve que cerrar los ojos y morderme el labio para no chillar de dolor.
-¿Está muy morado? ¿Es muy grave? Por dios, decirme que no aunque sea mentira -supliqué entre dientes.
-No parece grave... -la voz de Macius sonó vacilante, por lo que supe que me estaba mintiendo. Dejé caer la cabeza hacia atrás, desplomándome sobre el suelo con la espalda apoyada.
Todas mis compañeras me contemplaban con expresión de asombro. Quizás porque estaban aliviadas de que no me hubiera desnucado o quizás exhaustas y enfadada por eso mismo. Rizzo se encontraba detrás de mí, deleitándose con la escena.
-Si no sirves para esto, es tan sencillo como que te retires -espetó con indiferencia.
Al escucharla, apreté los puños sobre mi estómago reprimiendo las ganas de soltarle un guantazo allí mismo. Entiendo que pudiera caerle... ¿mal? Sin motivo aparente, pero ¿que dijera eso cuando acababa de tener un accidente? Era el colmo. No tuve que decir nada, Bonni se encargo de ello.
-Tú, escualiducha -la fulminó con la mirada para que se diera por aludida. Automáticamente todas las cabezas se giraron hacia ella. Yo le agarré el brazo a Bonni, dándole un apretón para indicarle que se callara, pero de nada sirvió- un poco de respeto hacia tu capitana. Ha sufrido un accidente y ¿lo primero que se te ocurre es decir eso? Que sepas que gracias a su voto estás en este equipo a si es que más te vale tenerselo de ahora en adelante porque puedo encargarme de convertir tu vida en un infierno. ¿De acuerdo? Y ahora vamos -me ayudó a incorporarme, pasando mi brazo por encima de sus hombros- será mejor que te lleve al hospital.

-Gracias.
Después de pasarnos todo el trayecto hasta el hospital en silencio, lo único que se me había pasado por la cabeza decir era un simple gracias. Me sentí estúpida incluso antes de pronunciar aquellas palabras, pero después de cómo me había defendido ante Rizzo, no tenía más que decir.
-Tonta -me sonrió, estrujándome contra ella.- Nadie se pasa con mi amiga.
-Ya lo veo ya -reí.
Estebábamos en una habitación dentro del hospital. La enfermera que me había atendido nos había dicho que permaneciéramos allí, que tenía que vendarme el pie.
Había tenido suerte ya que solo había sido el golpe y no tenía daño alguno. Por un momento pensé que me había hecho un esguince o algo peor, que me había fracturado el hueso, pero por suerte no había sido así.
Macius, quien había insistido en acompañarnos, nos esperaba en la sala de espera. Bonni le había dicho que ella entraría conmigo, que no tenía que preocuparse y que un fallo lo tenía cualquiera aunque ese fallo podía haberme costado un pie, literalmente, pero aún así el pobre muchacho seguía aturdido.
La enfermera, una mujer mayor de pelo canoso que me recordó a Nana, entró en la sala y me vendó el pié con una especie de gasa amarillenta. Nada más llegar, la mujer me había dado unos calmantes a si es que no sentía prácticamente dolor, pero aún así, la presión del vendaje me molestaba.
-Tómate estas pastillas durante una semana y el próximo miércoles ven a que te vea de nuevo ese tobillo ¿de acuerdo? -la mujer me tendió una receta con una sonrisa amable.- Procura no hacer esfuerzos.
-Pero...
-Tranquila, yo me encargaré de ello -le aseguró Bonni, sacándome de la sala.
¡¿Una semana?! Las clases de ballet empezaban al día siguiente. No podía estar una semana sin bailar. Estaba segura que mi profesora lo entendería, ¡pero estar una semana sin bailar era mucho!
Suspiré con resignación. Me sentía inútil, torpe y sobretodo estúpida. Tenía que ir agarrada a Bonni para impedir apoyar el pie. La enfermera me había dado esas indicaciones y a pesar de que estaba deseando de que pasara la semana volando; yo no era quién para contradecirla.
Estábamos casi llegando a la sala de espera, cuando una cara conocida apareció ante nosotros. Las tres nos miramos; primero entre nosotras, pasando las miradas de un rostro a otro y luego todas fueron a parar a ella, a Dinna. ¿Qué hacía allí?
Vacilante, la chica se acercó hacia donde nos encontrábamos Bonni y yo. Estaba tan pálida que me dio miedo.
-¿Dinna? -la llamé en un susurró.-¿Qué haces aquí?
Después de llevar casi cerca de semana y media sin verla, encontrase a una de tus mejores amigas en el hospital no era lo que se podía decir lo más tranquilo del mundo.
No contestó. Se limitó a mirarnos a Bonni y a mí de hito en hito, posando posteriormente su mirada en mi tobillo.
-¿Qué te ha pasado? -inquirió, casi en un grito.
-Se ha caído en un entrenamiento a los que tu llevas varios días sin ir -respondió Bonni con dureza.
-¿Estás bien? -me miró con pena; pero en esos momentos quería pegarle y abrazarla a la vez.
-Sí -asentí.
-Bien. Esto eh chicas yo... -señaló con el pulgar a su espalda, dando un paso hacia atrás- tengo que irme. ¿Nos ve...
Bonni me soltó y la agarró por la muñeca, tirando de ella hacia nosotras con una expresión en su rostro que daba miedo. Por un momento pensé que le daría el guantazo que estaba deseando darle yo.
-¿¡Se puede saber qué demonios te pasa!? -gritó, bajando la voz al darse cuenta de que todo el mundo se giraba para mirarnos a nosotras.- Llevas casi dos semanas sin dar señales de vida. No vas a la escuela, te saltas los entrenamientos... nos esquivas.
-Bonni... -la advertí yo, agarrándola del brazo, pero eso solo sirvió para alentarla más.
-Ni Bonni ni leches, Clau -me miró con rabia. Echaba chispas.- Somos su amigas, no puede ser que nos trate así.
-Tienes razón -secundó Dinna en un susurro, mirando hacia todos lados- ¿pero podemos hablar esto en otro sitio? Estamos dando un...
-No.
-Bonni, Dinna tiene razón, será mejor que quedemos más tarde. -Por más que intentaba tranquilar a mi amiga, solo conseguía empeorarlo aún más. Yo la entendía, también estaba enfadada pero un hospital no era lugar para enzarzarse en una discusión.
-No me pienso mover de aquí hasta que...

-¡Estoy embarazada!